Surge del resplandor, como un susurro entre sombras, no teme al fuego ni a los secretos del deseo. Apunta al cielo, como si desafiara a las estrellas a contarle algo nuevo. Vestida de noche, con la piel como promesa y los lazos como advertencia, camina entre miradas que no saben si temerla o seguirla. No lanza maldiciones, lanza silencios que arden, miradas que hipnotizan, presencia que transforma. Ella no es disfraz, es ritual. No es personaje, es poder.
No hay ruido en tu presencia, solo el eco suave de una certeza. Tu piel, como sombra que respira luz, habla sin palabras, como si el silencio te entendiera mejor que el mundo. Te sostienes en el instante, con la firmeza de quien no necesita permiso para existir. Tu mirada no busca, pero encuentra. Hay algo en ti que no se puede nombrar, como el aroma de la lluvia antes de caer, como el temblor de una nota que aún no ha sido tocada. No eres retrato, eres momento. Eres la pausa entre dos pensamientos, el borde de una emoción que no se ha dicho. Y aunque el tiempo siga su curso, aunque la imagen se disuelva en la memoria, quedará tu gesto, como una promesa que no pide ser cumplida.