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Nosotros los muertos

El hombre que empataba, a duras penas,
en su batalla cruel consigo mismo,
ha acabado extinto por el hambre,
o devorado por su íntimo enemigo.
Ni vuelve a la tierra ni se alza,
remeda su mundo malogrado
y multiplica virtualmente su desdicha.
El hombre que a sí mismo se mutila,
ansioso de la prótesis que adora,
ha acabado extinto por ahíto,
reventado por su ansia irrefrenable.
Ni está del todo vivo ni está muerto,
su alma ha convertido en instrumento,
arquitecto de insondables cementerios,
se agota, se replica, se detiene,
se vuelve
preso, ciego, majareta,
vive en el sueño construido
por otro aún más muerto y aún más loco.
De tal prisión, no saldrá nunca,
los barrotes son de miedo y son de nada.
Afuera, le miran sorprendidos,
quizás tristes, quizás indiferentes,
aquellos que sufrieron siendo niños,
los que, a su pesar, fueron valientes.




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