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Arte

 

Desarrollo evolutivo y arte.

El objeto de este ensayo es especular sobre la posibilidad de que el concepto de evolución de las especies no sea una determinación sino una decisión arbitraria y artística.

Entendemos que los símbolos se crean por consenso mental entre los miembros de una comunidad, sin que haya una relación necesaria de causalidad o representación. Así pues, una mitología o un himno, sólo tendrán sentido mientras su significado continúe vigente entre los miembros de esa comunidad u otra que los haya adoptado. La transmisión de contenido ha de ir asimismo ligada a una determinada mirada hacia los símbolos que sea comprensiva, mantenida y valorativa. Esto es, el conocimiento de los significados simbólicos ha de implicar que estos interpreten la realidad y ejerzan alguna influencia en la formación de la misma, de otro modo, aún sin desaparecer, los símbolos quedan como archivos de épocas pasadas.

A pesar de lo dicho, los símbolos artísticos, aunque trasladen un significado cuya vigencia social se ha perdido, contienen una riqueza intrínseca que permite nuevas miradas que obvien su significado original para descubrir en ellos elementos vigentes para un observador posterior, sea por elementos formales, o por contenidos que en su momento no podían ser interpretados más que en el marco de una mentalidad y que afloran novedosos, cuando un nuevo consenso los descubre.

Al tratar un tema básicamente científico como la teoría de la evolución resulta aparentemente difícil aplicar los conceptos de símbolo, arte y mirada, pues se entiende comúnmente que se trata de un proceso natural donde el consenso mental de cualquier comunidad humana, incluida la científica parece inaplicable.

A partir de esta aseveración podemos tomar dos caminos paralelos de análisis:

Primero:

Podemos establecer ciertos paralelismos entre sociedad y ecosistema en la medida que todas las especies vivas en un determinado período son símbolos  vigentes y cuando se extinguen se convierten en símbolos no vigentes, archivados, que ya no tienen influencia ni en la interpretación ni en el desarrollo de la realidad que compone el nuevo ecosistema.

Interpretar a los seres vivos como símbolos es posible si establecemos una dicotomía  entre su aspecto y sus funciones en el sistema donde habitan. Este es equivalente al consenso mental comunitario al que nos hemos referido, que se podría definir también como un juego de rol. Las especies, con sus respectivas formas, adoptan los roles que el sistema permite. Así el sistema natural, como las sociedades humanas permite roles y otorga recompensas, que implican formas y comportamientos, siguiendo la lógica de las posibilidades y el azar.

En la medida que en el sistema se desplieguen sus posibilidades, en función de leyes de simetría, coincidencia, autorregulación, supervivencia o cualquier otra, aparecerán elementos que ocuparán las posiciones posibles,  sin que necesariamente su aspecto formal haya de someterse a una determinación absoluta. La arbitrariedad de las formas permite considerar las especies vivas como símbolos pues van más allá de la causalidad o la iconografía mínima.

La importancia de esta consideración radica en que el concepto “adaptación al medio” carecería de importancia. El consenso mental o el substrato del ecosistema actúan como base definitoria de necesidades y relaciones pero la iconografía, la representación, no está absolutamente limitada por ellos. Los códigos genéticos y sus posibilidades fenotípicas resultan más inagotables que la capacidad de nuestra mirada (sensorial o científica) de comprenderlos. La comprensión de la evolución resulta menos compleja si ponemos la mirada en la estructura del ecosistema y obviamos cualquier relación entre lo que podemos ver (el símbolo) y el significado.

Por lo dicho, los cambios evolutivos solo se producen cuando las reglas del juego cambian de tal manera que surgen nuevos roles y se administran nuevas recompensas y de formas diferentes.

Igual que un símbolo surge arbitrariamente en una sociedad humana y solo sobrevive cuando el azar le ayuda a que arraigue en ella; las especies vivas tampoco están limitadas por una rigurosa necesidad de adaptación sino que surgen también de forma arbitraria (dentro del amplio margen que el sistema les permite) e igualmente sobreviven por cuestiones azarosas, pues no son más que… formas. El factor evolutivo en cuanto al significado lo establecen las condiciones del sistema pero el símbolo que quedará fijado sobre él será fruto de un proceso emocional y de otro azaroso como cualquier otra creación artística. Y al igual que el arte en una sociedad humana actúa sobre ella, reconociéndola, estableciendo un diálogo y abriendo puertas al futuro.

La creación artística del símbolo implica un acto emocional y su fijación en el sistema una recepción igualmente emocional y un buen grado de suerte. Los cambios evolutivos que implican la aparición y fijación de nuevas especies podemos equipararlos a la creación de obras de arte.

Los cambios sistémicos se producen por múltiples causas que no es necesario detallar (básicamente cuando el reparto de recompensas se vuelve ineficaz) Igualmente las sociedades humanas cambian, y esos cambios traen nuevos consensos y nuevas miradas. La evolución está ligada a los cambios de los sistemas, los nuevos ignoran los símbolos que dejan de ser comprensibles y que por ello desaparecen o se transforman y permiten la aparición de otros nuevos, pero la forma concreta que adoptarán éstos no está predeterminada ni es única. Es el consenso mental, es decir el sistema, el que da luz verde a lo posible. Después, basta la mirada para encontrar el símbolo, pues lo que puede ser, puede ser hallado. Igual que bastó que Dimitri Mendeléyev estableciera la tabla periódica para que los elementos químicos fueran hallados.

En esta primera línea de análisis, el arte responde a la búsqueda de lo que será desde la intuición de lo posible, y toda forma o comportamiento que surge de la intimidad de la mente y se expresa pone en la palestra un símbolo de futuro, una puerta a la evolución.

 

Segundo:

Podemos aventurar que las ideas, la inteligencia, la lógica y la matemática, elementos básicos de la mente se generan en ecosistemas del mundo natural durante el desarrollo de estrategias de supervivencia, mediante acciones o transformaciones. Dicho de otro modo: la Naturaleza contiene ideas que la Mente puede “leer”y comprender.

A partir de las ideas inherentes a estos ecosistemas se cimenta el desarrollo mental de las sociedades humanas que son capaces de “leer y archivar” la inteligencia (virtual) del sistema natural y desarrollarla y almacenarla y transformarla, construyendo finalmente su propio mundo físico artificial; mundo que carece prácticamente de interacciones que generen inteligencia.

El mundo humano capta la inteligencia natural, la archiva y genera con ella un mundo artificial.  En esa tarea de lectura y archivo la mente humana da valor simbólico a los elementos del mundo natural y fija así su carácter evolutivo, en la medida que establece un registro de él.

En esta segunda aproximación nos encontramos en una situación donde el mundo es dual y la teoría de la evolución se convierte en una proyección del mundo humano sobre el natural. El mundo natural que vemos y observamos y medimos es el mundo de las ideas, de la lógica y la abstracción, las formas arbitrarias que identificamos como reales son  símbolos de una realidad más allá. Sin embargo, la ciencia humana se supervalora e intenta construir sobre cambios arbitrarios de símbolos una teoría profunda de la evolución. Con ello proyecta la sombra de la muerte, el don humano, sobre todas las especies vivas. Olvidando la irrelevancia del símbolo que sólo cubre el concepto con una forma forjada con la emoción.

Solamente a través del arte podemos fijar los tiempos y establecer los puentes entre ellos. Pues sin el arte la humanidad se aboca a un fin no evolutivo y se pierde en una inútil búsqueda de la inmortalidad o en una ansiedad irrefrenable y autodestructiva. Arte para creer en un futuro que surge de la intuición, arte para recuperar la conexión con una Naturaleza cada vez más ajena.

El problema es, entonces, cómo distinguir una verdadera obra de arte, de algo que se denomina arte y no lo es. Se trata de una cuestión de tiempo. Pero no de tiempo cronológico, no del Cronos griego que devoraba a sus hijos para seguir existiendo, pero sí del tiempo eterno, al que los griegos llamaban Aión, el tiempo circular donde la vida no tiene fin pues se regenera continuamente. El tiempo de la Naturaleza donde los seres viven ajenos al concepto de la muerte, ellos viven sus vidas, largas o cortas, envueltos en la certeza de la eternidad. Certeza que los humanos perdimos cuando el proceso de “lectura y archivo” descrito nos hizo despertar en el mundo de Cronos y convertirnos así en víctimas conscientes, en ofrendas, en sacrificados.

Pero el arte humano escapa al sacrificio y permanece en el tiempo Aion, y perdura aunque se transforme, pues el arte tiene en su seno la emoción y su concepto. El arte es una verdad que no puede destruir el tiempo Cronos porque se forma en el tiempo Aion, que acoge en su seno todos los conceptos, en todas sus formas. Cronos puede devorar a sus hijos, los hijos de los tiempos con principio y fin, pero Cronos no puede devorar a los hijos de Aión. Y cuando el artista rescata de la eternidad una forma, un concepto, ofrece a Cronos algo que no puede devorar. Arte.

Y, por tanto, tomando la similitud entre la palabra “aún” y el nombre del tiempo “Aión” de los griegos, se podría decir que arte es lo que aún conserva su valor. Es arte lo que aún conmueve. Es arte lo que aún nos duele. Es arte lo que aún se guarda. Es arte lo que aún se espera.

Y aunque pocos negarán que la vida en su conjunto sea una hermosísima obra de arte, un sistema global ajeno al concepto del tiempo. La sociedad humana, desgraciadamente ha dejado de mirarla, y ha dejado a la Naturaleza relegada a una necesidad utilitaria. La teoría de la evolución y la ciencia han dejado de mirar el eterno cambio y han fijado la mirada en un punto final apocalíptico.

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